Estimados amigos:

Antes que nada quiero agradecer en nombre de todos los miembros de la familia Gerbasi esta cordial invitación que se nos ha hecho para recordar a nuestro padre y abuelo. Aquí estamos presentes sus hijos con nuestros respectivos cónyuges y algunos de sus nietos. Los que faltan están en otras tierras lejanas, al amparo de la seguridad y de un futuro más promisorio. ¡Ironías de la vida! Hoy celebramos una nueva edición, incluso extranjera, de Mi Padre el Inmigrante, mientras algunos nietos del poeta, como muchos otros jóvenes venezolanos, son emigrantes de esta Tierra de Gracia y otros están preparando maletas.

También quiero agradecer a la Librería Kalathos por habernos cedidos sus espacios para hacer este acto y a la editorial mexicana Laberinto Ediciones por haber publicado este hermosos libro que contiene en realidad dos obras del poeta. En primer lugar, su obra más difundida y estudiada por la crítica nacional e internacional y otra obra, menos conocida, Liras, escrita en 1943 de la cual no conservamos o teníamos ningún ejemplar. Ese libro lo pueden encontrar, por cierto, en la web en una página que mantienen mi hermana Beatriz y mi cuñado Kristen Drastrup, la cual se las recomiendo por la enorme cantidad de información que contiene y en la cual pueden oír la voz de mi padre recitando todos los cantos de Mi Padre el Inmigrante. La misma recibe el nombre  de Una página para Vicente.

Por cierto debo confesarles que a la familia le causó gran sorpresa enterarnos de la publicación de este libro en México. Todo sucedió cuando mi hermano Fernando salía de una reunión en el Centro Plaza y al pasar frente a una librería oteó de reojo un pequeño libro con el título de Mi Padre el Inmigrante que nunca había visto. Inmediatamente entró y conversó con el librero quien también por casualidad, le comentó, había tenido conocimiento de la edición y había importado unos cuantos ejemplares. Fernando compró varios libros y al llegar a su casa nos llamó a Beatriz y a mí para preguntarnos si sabíamos o habíamos autorizado la edición del mismo y ambos le respondimos con la misma extrañeza que no teníamos conocimiento del hecho. Sin embargo, al comenzar a ojear y leer los textos incluidos la sorpresa se convirtió en una gratísima sorpresa, en especial por este nuevo homenaje que se le rendía en México a nuestro padre y la difusión de su poesía en ese país; la inclusión en el mismo del libro Liras, del cual como dije anteriormente no conservábamos ningún ejemplar y por la brillante y profunda presentación escrita por Jacqueline Golberg a quien quiero públicamente agradecer y felicitar por la calidez y belleza del texto.

Como ustedes saben Vicente nació en Canoabo el 2 de junio de 1913. Pasó parte de su infancia en esa aldea hasta que a principio de los años ’20 mi abuelo Giovanbattista Gerbasi, quien había amasado una pequeña fortuna con el cultivo del café y el cacao, decidió que él y sus hermanos menores debían ir a estudiar a Italia. Se fueron con mi Abuela Ana María Pifano, por supuesto en barco, hasta el pueblo natal de sus progenitores un pueblo incrustado en la montaña llamado Vibonati, una aldea viñatera a orillas del mar Tirreno, en la región de Salerno. En Italia estudió primero en Campora y luego fue a un colegio llamado Convitto Cavour, en Florencia, en donde cursa los estudios de bachillerato, mención filosofía y letras. Pero a finales del año ’28 Giovanbattista fallece y mi abuela, su hija menor, Liliana, y mi padre deben regresar a Venezuela. Como primogénito de la familia, él debe encargarse de los negocios de la familia. pero se desató la gran crisis económica mundial, los precios del café y el cacao se vinieron al suelo y quedaron virtualmente en la más absoluta pobreza.

En Canoabo vendieron lo poco que les quedaba y se trasladaron a Valencia en donde realiza diversas labores. Trabajó en el banco de Venezuela, fue vendedor en los pueblos aledaños, así como otros trabajos para poder mantener a su madre y a su pequeña hermana. Sin embargo el germen de la poesía ya había entrado en él. Publica sus primeros poemas los diarios de la ciudad. Frecuenta las tertulias del poeta Jacinto Fombona Pachano y de cuando en cuando viaja a Caracas en donde entra en contacto con Fernando Paz Castillo, Rodolfo Moleiro y Enrique Planchart. Igualmente aprovecha todos sus ratos libres para leer, para estudiar. Todo texto que caía en sus manos era devorado por él.

Mi abuela había montado una pensión para ayudarse, mientras mi padre  que vivía con ella, y para esa época tendría 21 o 22 años, seguía realizando trabajos que cada vez lo aburrían o lo agobiaban más. La poesía cada vez penetraba más en él. Los estudios, las lecturas, las tertulias, las conversaciones con otros poetas y escritores, las reuniones con otros artistas lo alejaban más de los monótonos y tormentosos trabajos que tenía que realizar. Una tarde, como a las 6 enrolló el colchón de su cama, se lo llevó al hombro y sin despedirse de nadie se marchó de la pensión y fue a parar al taller del pintor Leopoldo Lamadriz y como lo narra el gran periodista argentino Tomás Eloy Martínez ya fallecido, aventado a Venezuela por las dictaduras de su país, en una maravillosa entrevista titulada: “Vicente Gerbasi, testigo privilegiado de la vida cultural. Memorias de un venezolano del renacimiento”, publicada el día 3 de agosto de 1976, con motivo de la edición aniversaria del diario El Nacional”, le dijo al pintor tirando el colchón en el piso:

-      No volveré a la pensión de mi madre. Ella dice que la poesía no sirve para hacer mercado.

Permaneció algún tiempo más en Valencia, pero pronto decidió venirse a la Capital. Lo hizo acompañado del poeta Otto D’ Sola. Como no tenían dinero pintaban los avisos publicitarios que había en la carretera y así ganaban algún dinero.

Al llegar a Caracas aceptó, junto a su amigo Oscar Rojas Jiménez, un trabajo como alfabetizador del Ministerio de Obras Públicas en la carretera Caracas La Guaira. Cuando los obreros hacían un alto para almorzar les enseñaban el abecedario en un pizarrón. No pasaron seis meses cuando todos los obreros ya sabían leer. Un día, cuenta Tomás Eloy Martínez, Oscar Rojas Jiménez le propuso a papá que emprendieran un viaje y adonde preguntó:

-      “A cualquier parte, con tal que sea lejos de este mundo – cree Vicente que le dijeron, repitiendo a Beaudelaire.”

Consiguieron un pretexto para planificar el viaje y este fue montar en ciudad de México una exposición del libro venezolano cuya fecha fijaron para mediados de 1937. La idea resultó novedosa para la opinión pública, pues en nuestro país prácticamente no existían editoriales y los creadores para poder publicar un libro tenían que conseguirse un mecenas o correr con un golpe de suerte. Mi padre estaba atravesando precisamente ese problema. Había terminado de escribir su primer libro Vigilia del Náufrago y no tenía como publicarlo.

Algunos amigos los ayudaron. Por ejemplo El Ateneo de Caracas decidió patrocinar un festival cinematográfico. Rufino Blanco Fombona les proporcionó dos mil bolívares y así otras manos benefactoras, entre ellas, según recuerda mi hermano Fernando nos contó papá, hasta el gobernador del Distrito Federal, no se si se llamaba así para la época esa entidad federal, colaboró con algo. Pero como podrán comprender fue muy poco lo que pudieron recoger.

Quiero hacer aquí una digresión que tiene relación con la manera con lo cual voy a concluiré más adelante estas palabras. A raíz de la muerte de Gómez, Vicente también comenzó a interesarse por la política. Comenzó a participar en reuniones y actividades clandestinas y conoció a varios dirigentes políticos emergentes entre ellos a uno, cuya amistad lo acompañará hasta el fallecimiento de éste: Rómulo Betancourt.

Así pues, pocos días antes de la navidad se embarcaron con sus cajas de libros rumbo a Panamá. De allí siguieron en tren,  en autobús y quien sabe que otros medios de transporte hasta llegar a un pueblo mexicano, fronterizo con Honduras, en el cual los detuvo un teniente al llegar, pues no tenían visa de entrada a México. Pasaron la primera noche en un calabozo de ese pueblucho. ¡Imagínense como sería¡ Sin embargo, contaron con la suerte de la curiosidad del joven oficial que se preguntaba cual era el contenido de esas extrañas cajas, por las cuales los detenidos no hacían sino preguntar por ellas. Claro, si las perdían fracasaba el viaje. Al amanecer, el oficial los hizo comparecer a su oficina y comenzó a interrogarlos por el motivo del viaje, como habían llegado a ese olvidado pueblo y, por supuesto por el contenido de las cajas. Al poder explicar ellos que iban a montar una feria del libro venezolano en ciudad de México y que lo que traían eran libros de reconocidos autores venezolanos y cintas cinematográficas, el militar se entusiasmó, pues resultó que era un hombre joven medianamente culto, aficionado al arte. Tal fue su emoción que los dejó en libertad bajo la condición de que no podía abandonar el pueblo hasta que recibieran la autorización para entrar a tierra mexicana.

Su llegada a la gran ciudad fue todo un acontecimiento. Inmediatamente se hicieron íntimos amigos de los famosos hombres que para aquel momento dirigían la liga la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Hay que recordar que para aquel momento se libraba en España la cruenta guerra civil. Todos abominaban el fascismo y engrandecían a la República. Papá aprovechó esa estadía para involucrarse más en la política. Leyó y discutió a Marx, a Lenin, a Rosa Luxemburgo y otros autores de moda. Por cierto, Oscar y Vicente vivieron en una pensión en la cual residía también el gran poeta cubano Nicolás Guillén de quien se hicieron muy amigos, papá mantuvo esa amistad y se reencontraron varias veces en el curso de sus vidas, en especial cuando fue Cónsul General en La Habana. También conocieron al famoso novelista norteamericano Waldo Frank quien por cierto promovió que la exposición del libro venezolano se realizara en el Palacio de Bellas Artes y fue quien pronunció el discurso de apertura.

La exposición fue un éxito, pero el dinero se acabó. Vicente tuvo que trabajar para poder subsistir. Consiguió un empleo como oficinista del Sindicato de Tranviarios, en donde el corto tiempo que estuvo, se interesó por el sindicalismo y llegó a ocupar cargos ejecutivos dentro de la organización.

Pero pronto se dio cuenta que tenía que regresar y no sabía como hacerlo. Pensaba mucho en la joven que había conocido años atrás en Valencia, Consuelo Orta, nuestra madre. Así que un día renunció al sindicato y se fue a Acapulco a ver como podía embarcarse para Venezuela.

Por esas cosas del destino, en Acapulco entró a un bar y pidió un trago. Seguramente sería tequila. El bar estaba prácticamente desolado. Solo al otro extremo de la barra había un hombre también bebiendo. Al poco rato papa levantó su copa y mirando al hombre le dijo ¡salud¡. El hombre le respondió cordialmente y se acercaron para entablar conversación. El hombre de inmediato se dio cuenta que Vicente no tenía acento mexicano y le preguntó que hacía allí y él le respondió que iba para Venezuela pero no sabía como hacerlo pues no tenía dinero. A lo que el hombre, con un marcado acento catalán, respondió:

-      Que casualidad. Mañana zarpo para ese país. Mi barco está anclado en el muelle y soy el capitán.

Vicente pagó su pasaje con largas tenidas con el capitán catalán. Hablaban de literatura, de la guerra civil, leían a Antonio Machado a Lorca y otros. Y así llegó a Venezuela.

Ya en el país fue a pedirle trabajo a su amigo el poeta Luis Barrios Cruz quien dirigía el diario Ahora. Éste le señaló una máquina de escribir y le dijo que le narrara la aventura mexicana. Pero Vicente tuvo una mejor idea: le hizo una entrevista imaginaria a Nicolás Guillé, ante lo cual el director del diario le dijo:

-      Estás contratado

A partir de ese momento comenzó a estabilizarse. Trabajaba como periodista. Fue uno de los fundadores de la Asociación Venezolana de Periodistas (fue su primer secretario general), lo que viene a ser hoy el Colegio Nacional de Periodistas. Retomó sus actividades clandestinas y fue miembro fundador del Partido Democrático Nacional, fundado por Rómulo Betancourt. Publica, por fin, el libro Vigilia del Náufrago. Y algo muy importante para la literatura venezolana funda con Pascual Venegas Filardo, Luis Fernando Álvarez, José Ramón Heredia, Oscar Rojas Jiménez, Ángel Miguel Queremel, Otto De sola y el crítico literario Fernando Cabrices el famoso Grupo Viernes que marcará un hito en los anales literarios del país. Ellos publicaron una revista que es referencia obligatoria en nuestra literatura, llamada Viernes, de la cual mi padre fue el Director.

En 1938 se celebraron las primeras elecciones municipales libres y el PDN triunfa arrolladoramente en Caracas. La primera junta directiva municipal estuvo conformada,  por el eminentísimo abogado Don Carlos Morales, padre, por cierto del también reconocido venezolano Isidro Morales Paúl; como primer vicepresidente fue elegido Andrés Eloy Blanco, segundo vicepresidente Luis Beltrán Prieto Figueroa, Secretario Vicente Gerbasi y Síndico Procurador Municipal Juan Pablo Pérez Alfonzo. ¡Qué tiempos aquellos¡

A finales de ese año, el 26 de noviembre contrajeron matrimonio Vicente y Consuelo. Por cierto, no se si la noche de la boda o en los días posteriores se escondieron en la casita que habían alquilado los más famosos perseguidos políticos de la época: Rómulo Betancourt y Alejandro Oropeza Castillo, padre adoptivo de la famosa periodista Isa Dobles. Claro, quien se iba a imaginar que esos dos personajes se iban a esconder y arruinar la luna de miel de una pareja de recién casados. Pues bien, nos contaba mamá que la noche de navidad ellos salieron a pasar la festividad en casa de mi abuela con las hermanas de mama. Los perseguidos aprovecharon para recibir a algunos compañeros y amigos y seguramente se tomaron algún traguito y comieron algún manjar navideño. Al día siguiente algunos vecinos le manifestaron a mama su extrañeza porque los habían visto salir y, sin embargo, en la casa se sentían voces y ruidos y Consuelo con gran chispa les respondió:

- Es que yo soy muy devota de las ánimas benditas del purgatorio y cada vez que salgo de la casa siempre se las encomiendo para que me la cuiden –como comprenderán más nunca nadie le preguntó más nada al respecto.

Mis padres permanecieron casados por espacio de 52 años, hasta el fallecimiento de mi madre, la mujer de los helechos, como Vicente la llamara. Él murió en cierta forma ese mismo día, el 3 de abril de 1990, pero quiso Dios que su corazón latiera hasta el día de los inocentes de 1992.

Cumplo así con el deseo que nos solicitara la ya muy querida Jacqueline Golberg de relatar algunas anécdotas de mi padre y agradezco profundamente en nombre de la familia este caluroso homenaje.